La intolerancia y el relativismo llevan al fascismo - por Mario Escobar
ARTÍCULO DE OPINIÓN - POR MARIO ESCOBAR, escritor que ha colaborado en diversas ocasiones con la Fundación Federico Fliedner y sus colegios
Vivimos en unas de las épocas más agitadas de la Historia reciente. El ascenso de la intolerancia, la xenofobia, el racismo, el antisemitismo y la aporofobia son cada día más preocupantes. ¿Cómo podemos combatir estos males sociales? ¿Cómo podemos prevenirlos?

Hace unas semanas vi la película "La hora más oscura", en la que un recién nombrado Primer Ministro, Winston Churchill, tiene que enfrentarse a la tarea más difícil de su vida: Gestionar el desastre de la guerra en Europa, intentar convencer a su partido, el Rey Jorge VI y la oposición, que merece la pena seguir luchando, que no es el momento de tirar la toalla frente a los totalitarismos, que el nazismo no atiende a razones y que no se puede negociar con asesinos de masas y fanáticos como Adolf Hitler. Los nazis intentaron comprar la voluntad del Imperio Británico. Les prometieron respetar sus colonias, su libertad y liberarles de una derrota segura. Ese tipo de determinación es la que falta hoy en Europa y el resto del mundo.
Hasta ese momento casi nadie le había escuchado, la política del anterior Primer Ministro Chamberlain había sido de cesión a todas las peticiones de Hitler. Desde la entrega de territorios europeos como El Sarre, Los Sudetes y Austria… Gran Bretaña no estaba preparada para la guerra. Estados Unidos quería eximirse de una nueva intervención armada.

Vivimos en un mundo a la deriva. Occidente ha dejado de creer en el progreso, en el sueño de un mundo mejor, que se materializaba en el Estado del Bienestar y corre a ciegas hacia un futuro incierto. En medio de la confusión, los populismos, fomentando el miedo, el odio y la incertidumbre, agitan las banderas del nacionalismo, la xenofobia, el racismo, la persecución al diferente y el antisemitismo.

Un fantasma recorre toda Europa, el fantasma del populismo. La Europa de hoy parece tan vieja y desconcertada como la de 1933, tras el acceso al poder de Adolf Hitler.  El populismo no es otra cosa que la tendencia política que pretende atraer a las clases populares. El populismo niega la libertad de prensa, limita los derechos individuales, critica y termina eliminando las instituciones democráticas, rechaza a la clase política y, sobre todo, está encabezada por un caudillo.

Cada generación tiene la oportunidad de comenzar el mundo de nuevo, pero también tenemos la obligación de enseñarles lo que sucedió en el pasado, para que aprendan las lecciones de la historia. Se intenta desinformar, más que informar. Dar “forma” es moldear.  Esta generación, que tiene miles de maneras de informarse, está deformada. No hay pensamiento crítico, verdadera curiosidad y un deseo de llegar a la verdad de las cosas. Hemos creado una sociedad materialista y superficial. El tema del Holocausto o de los genocidios que se han dado a lo largo de la historia nos enfrentan a nosotros mismos, nuestra forma de entender al hombre y el mundo. Por eso los evitamos todo lo que podemos. Para explicar el mal hay que poder explicar el bien y eso nos pone muy nerviosos. Nos lleva al hombre moral, lo que implica una norma que sirva para todos y un concepto claro de lo bueno y lo malo.

El relativismo nació de la necesidad del respeto al otro, pero ese respeto no puede traer parejo la debilidad de las ideas universales de Bien, Justicia, Libertad o Solidaridad. La única forma de revertir este proceso es sembrar en la conciencia de los más jóvenes los valores que llevaron al mundo a la Declaración de Derechos del Hombre y la Democracia. Para ello, debemos condenar el materialismo, el individualismo extremo y la laxitud moral, como los grandes enemigos de la sociedad. La educación en el hogar y en la escuela tienen un papel fundamental, ya que es en ellas donde se forma el espíritu y los valores de cada generación.
El camino hacia un mundo menos intolerante y más respetuoso con todos no será fácil, pero la alternativa es tan terrible, que cada uno de nosotros tiene que estar concienciado de la necesidad de un cambio y propiciarlo desde la posición en la que esté. Muchos queremos cambiar el mundo, algo imposible, pero si podemos cambiarnos a nosotros mismos. La verdadera revolución es siempre interior y va desde dentro del ser humano hacia fuera. Los niños y jóvenes nos necesitan, no podemos fallarles, como Winston Churchill, tenemos que denunciar el mal e intentar transformar la sociedad en la que vivimos.

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